A love like pumpkin spice
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Bienvenidos a Wayward Hollow, donde los desconocidos se convierten en familia y el amor encuentra su camino.
Después de pillar a mi prometido liándose con mi hermana (sí, mi hermana) y de que mis padres me dijeran que estaba «exagerando», hice las maletas, cogí a mi mejor amiga y lo que me quedaba de dignidad, y huí a Wayward Hollow, un pintoresco pueblecito que parece sacado de una película de hipermercado.
Intentaba recomponerme. ¿Complacer a los demás? Oficialmente me había retirado de eso. ¿El amor? Ni me lo planteaba.
Al menos, ese era el plan.
Pero el caos se desata cuando el intento de salvar a un gato callejero me lleva hasta Henry. El querido veterinario del pueblo es amable, ridículamente atractivo y parece tener un sexto sentido para las cosas rotas... incluyéndome a mí.
Justo cuando empiezo a creer en los nuevos comienzos, el pasado llama a mi puerta, ruidoso, sin invitación y lejos de haber terminado.
A love like christmas time
2
Bienvenidos a Wayward Hollow, donde las noches de invierno se llenan de risas y de finales felices.
Cuando me mudé a Wayward Hollow, me hice tres promesas: Beber cantidades indecentes de café. Romantizar la vida todo lo posible. Permitirme, al fin, pertenecer a algún lugar.
Entonces apareció Caleb, el huraño propietario de la cafetería del pueblo, alguien que trata cualquier celebración como si fuera una enfermedad contagiosa.
Por desgracia para él, me dejó convencerle —a la fuerza— de montar conmigo un puesto de galletas de jengibre en el mercado navideño.
Es terco, sarcástico, terriblemente atractivo … y, cuanto más tiempo pasamos juntos, más destellos descubro del hombre que se esconde bajo su fachada malhumorada. Resulta que, bajo ese carácter gruñón, también hay una parte sorprendentemente dulce.
Pero justo cuando las cosas empiezan a sentirse alegres y brillantes, viejos recuerdos llaman a nuestra puerta y vuelven todo lo que está pasando entre nosotros más complicado que construir una casita de jengibre sin glaseado.
Y aún así, de alguna manera, no puedo evitar preguntarme…
¿Y si el gruñón del pueblo es el deseo navideño que ni siquiera sabía que tenía?
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