
Era sĂłlo una broma.
SĂłlo una broma telefĂłnica.
DespuĂ©s de sobrevivir a una semana miserable con mi familia, necesitaba algo que me levantara el ĂĄnimo. Mis dos mejores amigas pensaron que la respuesta era una borrachera nocturna de pelĂculas, una de esas estĂșpidas y ruidosas que solĂamos ver cuando Ă©ramos adolescentes. A regañadientes, me convencen para que retome nuestra vieja costumbre de hacer bromas telefĂłnicas. DespuĂ©s de todo, ¿quĂ© podrĂa salir mal?
Todo es divertido... hasta que deja de serlo.
Todo es inofensivo... hasta que deja de serlo.
En el momento en que contesta, sé que algo anda mal. No se limita a seguir el juego, parece saber exactamente lo que estamos haciendo. Antes de colgar, me promete que me darå lo que busco. Dice que quiero atención, y él sabe de qué tipo.
Cuando mis amigas se van, deberĂa estar sola.
Pero no lo estoy.
Y ahora, las bromas telefĂłnicas tienen consecuencias.
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