Mated
NacĂ princesa, moneda de cambio en un reino desesperado por sobrevivir.
En los veinte reinos -diez gobernados por humanos y diez por monstruos-, las alianzas eran algo raro y frĂĄgil.
Cuando mi padre me prometiĂł al rey monstruo de uno de los reinos salvajes, supe que no se trataba de un encuentro amoroso.
Era para forjar una alianza poderosa.
Me dije que podrĂa soportarlo, que era por mi reino y mi pueblo. Me sacrificarĂa por la esperanza de que ayudara a otros.
PodĂa permanecer orgullosa y audaz al lado de mi monstruoso esposo, intacta ante la oscuridad que lo rodeaba. Pero en el momento en que lo conocĂ, todos mis muros cuidadosamente construidos se derrumbaron.
Era brutal, inteligente y peligroso. No querĂa una reina para desfilar frente a los reinos.
QuerĂa una compañera para poseerla. Poseer.
Mi monstruoso esposo me tomĂł, me reclamĂł y destrozĂł todo lo que creĂa saber sobre mi vida y el mundo.
Y en algĂșn lugar entre los besos contundentes y la cruel ternura que solo yo veĂa, supe la verdad.
Nunca podrĂa domarlo.
¿Y el secreto que nunca admitirĂa a nadie mĂĄs? No querĂa hacerlo.
PensĂ© que mi vida habĂa terminado cuando me sacaron de mi casa con cadenas en los tobillos y me arrastraron a las profundidades del Mercado de Monstruos de Dark Realm. Yo era una mujer humana, sola, aterrorizada y rodeada de monstruos con colmillos y ojos hambrientos y brillantes. TambiĂ©n era una presa, una cosita frĂĄgil que podĂa ser comprada y vendida. SabĂa que mi vida habĂa terminado, pero entonces un salvador inesperado me tomĂł como suya. Blaylock. Gobernante del reino Dark Realm de Shadow Vale. Era una bestia enorme, de piel gris, cuernos gruesos y rizados y ojos tan negros como el vacĂo. DeberĂa haberle tenido miedo. DeberĂa haberme asustado de su mismo rostro. Pero su mirada, aunque ferozmente aterradora, estaba llena de calor posesivo cada vez que me miraba. No me salvĂł porque fuera bueno. Me salvĂł porque era suya. Y cuando me llevĂł a su reino, cuando me mostrĂł que no todas las bestias eran monstruos a los que debĂa temer, mĂĄs me sentĂ calentĂĄndome y ablandĂĄndome hacia Ă©l. Y cuanto mĂĄs tiempo estuve con Ă©l, mĂĄs me di cuenta de que no querĂa irme.
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